Hola, soy Marcos Emiliano Mesa de caseros, Buenos Aires, Argentina. En este espacio, quiero ofrecerles, un entendimiento del mensaje que nos propone Jesus, ejemplos para poder vivirlo en lo cotidiano.Tambien quiero presentar explicaciones de la liturgia para vivir las distintas etapas de la iglesia con plenitud.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Comienza el Adviento - Oración a Nuestra Señora del Adviento, de los Brazos Vacíos

Señora del Adviento, de los Brazos Vacíos




Señora del Adviento,Señora de los Brazos Vacíos,Señora de la preñez evidente y extenuante.Cuánto deseamos que camines con nosotros.Cuánto necesitamos de ti, mujer del pueblo,que viajas presurosa y alegre a servir a Isabel,a pesar de tu vientre pesado y fatigoso.Entre las dos tejerán esperanzas y sueños.
Señora del Adviento,Señora de los Brazos Vacíos,también nosotros estamos preñadosde esperanzas y sueños.Soñamos con que el canto de las avesno vuelva a ser turbado por el ruido de las balas.Soñamos con nuestros niños sin temores,cantando al fruto de tu vientre ya cercano.Soñamos con los niños hispanosdurmiendo tranquilos al arrullo de un villancico.Soñamos que nuestros viejos mueren tranquilos y en pazmurmurando una oración.
Soñamos con que algún díapodremos volver a tener sueños y utopías y esperanzas.
Señora del Adviento,la de los Brazos Vacíos,visítanos como a tu prima.Monta tu burrito y ven presurosa.Nuestros corazones son pesebres huecos y fríosdonde hace falta que nazca tu Hijo.Ven, Señora, con tus gritos de partoa calentar nuestros corazones,a seguir tejiendo esperanzas con nosotros,como lo hiciste con Isabel.Solo así, en medio de la nocheiluminada por tus brazos ahora llenosy por tus pechos que amamantan,podremos volver a soñar...podremos gritar ¡Es Navidad!

martes, 18 de noviembre de 2008

Benedicencia, la virtud ausente del diccionario‏

La palabra benedicencia es la gran ausente del diccionario. Si intentas escribirla en tu computadora en un documento de texto, inmediatamente te la corregirá cambiándola por beneficencia. Si insistes, te la subrayará en rojo como un error. Pero el verdadero error consiste en que existiendo el término que indica el vicio, maledicencia, no aparezca el vocablo que indica la virtud.

La benedicencia radica fundamentalmente en hablar bien de los demás. Sin embargo, no se limita sólo a eso. Por un lado, esta virtud nos invita a silenciar los errores y defectos del prójimo, por otra parte, nos estimula a ponderar sus cualidades y virtudes.

Jesucristo nos exhortó a la vivencia de esta virtud cuando dijo a sus discípulos: “amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen” (Lc 6,27-28). La enseñanza del cristianismo no consiste en no odiar, no maldecir, no dañar. Por el contrario, el Maestro nos invita a trabajar en positivo: Amad, bendecid, rogad.

Para vivir la benedicencia es necesario promover los comentarios positivos dentro de la familia. Varios de los conflictos dentro de la familia surgen de alguna palabra hiriente, de frases irónicas o comentarios negativos, etc. La influencia que recibimos de algunos medios de comunicación nos puede inducir a comportarnos de esta manera. Basta encender la televisión para ver cómo se insultan los miembros de distintos partidos políticos, cómo se exageran los errores y defectos de los demás. El 90% de las telenovelas nos muestran cómo surgen las intrigas familiares, en muchos casos debidas a la mentira, a la calumnia y a la difamación.

Se puede crear un ambiente muy positivo si al llegar de la escuela los hijos, en lugar de criticar a sus maestros del colegio, comentaran aquello que han aprendido ese día de ellos. Si la esposa recibe a su esposo, no con una queja por llegar tarde a comer, sino con un saludo cariñoso. Si el esposo al regresar de sus compromisos, comentase los proyectos que tiene en su trabajo y no los defectos que tienen su jefe o sus empleados. Hablar bien no significa mentir, no significa adular, comporta más bien reconocer las cualidades y virtudes de los demás.

Es importante silenciar los defectos de los demás. En algunos ambientes el chismorreo es la comidilla de todos los días. Esta es la influencia que recibimos diariamente gracias a las “revistas del corazón” y a ciertos programas televisivos que únicamente buscan ventilar las intimidades de los otros. El hombre que domina su lengua es un hombre perfecto, nos dice el apóstol Santiago. Al mismo tiempo, nos advierte que la lengua, aun siendo un miembro muy pequeño, puede ser fuego que incendie el ambiente o un veneno mortífero. Y termina diciendo que no podemos con la misma boca bendecir a Dios y maldecir a los hombres. (cf. St 3,1-12).

Si un día se quemó la cena o no estuvo a tiempo, podemos silenciar este defecto y agradecer a la persona que la preparó. Si mi hermano reprobó 2 materias en el colegio, no tengo por qué irlo pregonando a todo el mundo, más bien podría comentar las materias en las que le ha ido bien. Y si no tengo nada bueno que decir, lo mejor es callar. Silenciar los errores no significa hacerse de la “vista gorda”, más bien estipula que se comente algo sólo con quien puede poner solución al problema. No significa aprobar los errores y defectos: se busca más bien combatir el error, pero al mismo tiempo conservar la buena fama de quien lo comete.

En una ocasión un penitente se acusó de haber difamado a una persona. El sacerdote le pidió que antes de darle la absolución fuera al día siguiente con una almohada de plumas a la iglesia. Ese día subieron los dos al campanario y el sacerdote le pidió que destruyera la almohada. Al momento las plumas se esparcieron por toda la ciudad. El sacerdote le hizo ver que eso mismo sucedía con la maledicencia y la difamación, no se sabía hasta dónde podían llegar y no había manera de detenerlas o de resarcirlas. A partir de ese momento, después de la absolución, se comprometió a tratar de vivir todos los días la virtud de la benedicencia.


¡Vence el mal con el bien!

viernes, 14 de noviembre de 2008

La vida eterna ¿Qué es?

Agustín, en su extensa carta sobre la oración dirigida a Proba, una viuda romana acomodada y madre de tres cónsules, escribió una vez: En el fondo queremos solo una cosa, la “vida bienaventurada”, la vida que simplemente es vida, simplemente “felicidad”. A fin de cuentas, en la oración no pedimos otra cosa.
No nos encaminamos hacia nada más, se trata sólo de esto. Pero después Agustín dice también: pensándolo bien, no sabemos en absoluto lo que deseamos, lo que quisiéramos concretamente. Desconocemos del todo esta realidad; incluso en aquellos momentos en que nos parece tocarla con la mano no la alcanzamos realmente. “No sabemos pedir lo que nos conviene”, reconoce con una expresión San Pablo (Rom 8, 26). Lo único que sabemos es que no es esto. Sin embargo en este no saber sabemos que esta realidad tiene que existir. “Así , pues, una sabia ignorancia (docta ignorantia)”, escribe. No sabemos lo que queremos realmente; no conocemos esta “verdadera vida” y, sin embargo, sabemos que debe existir un algo que no conocemos y hacia el cual nos sentimos impulsados.
Pienso que Agustín describe en este pasaje, de modo muy preciso y siempre válido, la situación esencial del hombre, la situación de la que provienen todas sus contradicciones y sus esperanzas. De algún modo deseamos la vida misma, la verdadera, la que no se ve afectada ni siquiera por la muerte; pero, al mismo tiempo, no conocemos eso hacia lo que nos sentimos impulsados. No podemos dejar de tender a ello y, sin embargo, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar no es lo que deseamos. Esta “realidad” desconocida es la verdadera “esperanza” que nos empuja y, al mismo tiempo, su desconocimiento es la causa de todas las desesperaciones, así como también do todos los impulsos positivos y destructivos hacia el mundo auténtico y el auténtico hombre. La expresión “vida eterna” trata de dar un nombre a esta desconocida realidad conocida.
Es por necesidad una expresión insuficiente que genera confusión. En efecto, “eterno” suscita en nosotros la idea de lo interminable, y eso nos da miedo; “vida” nos hace pensar en la vida que conocemos, que amamos y que no queremos perder, pero que a la vez es con frecuencia más fatiga que satisfacción, de modo que, mientras por un lado la deseamos, por otro no la queremos. Podemos solamente tratar de salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento de sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo –el antes y después- ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez estamos desbordado simplemente por la alegría. En el Evangelio de Juan, Jesús lo expresa así: “Volveré a verlos y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría” (16, 22). Tenemos que pensar en esta línea si queremos entender el objetivo de la esperanza cristiana, qué es lo que esperamos de la fe, de nuestro ser con Cristo.