jueves, 11 de junio de 2009
El Mediador.
Le escribe a su querido discípulo Timoteo:
-¡Hagan oración en las Iglesias!
¡Rueguen por las autoridades, para que tengamos paz!
¡Pidan a Dios, el cual quiere que todos los hombres se salven!
¡Y confíen, confíen, porque tenemos ante Dios un valedor poderoso!
¿Saben quién es? ¡Jesucristo! El único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. Un Hombre como nosotros, que se entregó a Sí mismo en la Cruz como rescate por todos (1Tm 2,1-6)
La clave de esta ardiente exhortación se encuentra en una sola palabra: “Mediador”. Jesucristo es el puente que une a los hombres con Dios. Un puente por el que Dios baja a los hombres y por el que los hombres suben a Dios. Puente firmísimo, que desafiará los siglos, por inundaciones que se echen sobre el mundo. En una orilla está Dios, en la otra, la Humanidad.
¿Y por qué Jesucristo es el único Mediador, capaz de unir a los hombres con Dios? Por esto precisamente: porque Jesucristo es Dios, y se mantiene firmísimo en una de las orillas; y porque es también Hombre, y se mantiene firmísimo igualmente en la orilla opuesta. Por Jesucristo Dios, Dios llega a los hombres; y por Jesucristo Hombre, los hombres llegamos a Dios.
Parece que estamos jugando con las palabras, pero este es el sentido grandioso de esta afirmación de Pablo: “Hay un solo Dios, y también un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también”.
Tal como lo vemos en todo el Antiguo Testamento, los judíos veían en Moisés al gran mediador entre Dios y el pueblo. Y lo fue ciertamente.
Impresiona a este respecto el capítulo 19 del Éxodo, donde vemos intercambiarse a Dios y el pueblo mediante el caudillo Moisés, con este diálogo:
Dice Dios: -Moisés, habla así a la casa de Jacob y anuncia esto a los hijos de Israel.
Habla Moisés: -Pueblo de Israel, estas son las palabras que Yahvé te ha mandado.
Contesta el pueblo: -Dile a Yahvé que haremos todo lo que nos ha ordenado.
Pero Moisés fue mediador únicamente en símbolo, en figura, como una representación del Mediador que había de venir, Cristo Jesús. Llegado el momento culminante de la Historia, Jesús realizó con su Misterio Pascual, su muerte y su resurrección, todo lo que la Antigua Ley significaba. Jesucristo, Dios y Hombre a la vez, era inmensamente superior a Moisés.
Como Hijo de Dios, era Dios igual que Dios su Padre. Como hombre, nos representaba plenamente a los hombres sus hermanos.
Al ofrecerse a Sí mismo como sacrificio en la cruz, agradaba y glorificaba a Dios de una manera plena, total, porque Jesús era Dios. Y por eso Dios otorgaba a los hombres el perdón absoluto, con una amnistía completa, anulando la condenación que pesaba sobre la Humanidad por todas sus culpas.
Mirando a Jesús, el que se ofrecía en sacrificio derramando su sangre, pasma la magnanimidad, la generosidad, el amor inmenso con que iba a la cruz este Hombre sin igual. Pablo lo pondera con estas palabras:
-Comprendemos que haya alguien que se ofrezca a morir por un amigo, por un bienhechor, por un inocente, por una persona buena.
Pero, ¿quién es el que se ofrece a morir por un criminal?
Sin embargo, esto es precisamente lo que hizo Jesús, inocente del todo.
Cargó con nuestros pecados, y murió para que nosotros, los criminales y pecadores, nos salváramos todos ante Dios (Ro 5,8)
San Pablo, al considerar esto, saca muchas consecuencias de lo que por nosotros hizo Cristo el Señor.
Es comprensible el gozo que nos llena a los hijos de la Nueva Alianza, a los cristianos.
Sabemos que estábamos irremisiblemente perdidos, pero Cristo nuestro Mediador respondió por nosotros, ¿y qué ocurrió?
Cuando nos hallábamos sin fuerzas para salvarnos, y éramos pecadores, inmundos delante de Dios, vino Cristo y murió por nosotros, los impíos...
Ahora, ¡estamos santificados por la sangre de Jesús, y la ira de Dios ya no nos puede alcanzar!...
Somos santos, y, por lo mismo, hijos de Dios, el único Santo, que nos ha admitido a un trato íntimo con Él al darnos un espíritu filial, no el de esclavos como antes, que nos hacía temblar ante el Dios justiciero.
Pablo acaba este párrafo precioso con una confesión llena de orgullo santo: “¡Ahora nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido la reconciliación” (Ro 5,6-11)
Juan en el Apocalipsis exclamará de la misma manera: “Al que nos ama y con su sangre nos ha lavado de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para Dios y Padre suyo, a él la gloria y el poder los siglos de los siglos” (Ap 1,5-6)
Es un gozo contemplar a Jesús, en quien las figuras del Antiguo Testamento se hacen realidad. Pasan las sombras, y la luz aparece en todo su esplendor. Moisés, el mediador de entonces, simple hombre mortal, deja paso al Mediador verdadero y eterno. Jesucristo, el cordero pascual, es sustituido por Jesucristo, el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, y que renueva continuamente en su Iglesia por la Eucaristía el mismo sacrificio del Calvario.
La Redención, ya no es la liberación de Egipto: sólo un pueblo, Israel, que queda libre, sino la de todos los pueblos, libres de la esclavitud del pecado y de una condenación eterna.
Los bautizados, ya no son esclavos de una Ley opresora, sino hombres y mujeres libres, hijos e hijas de Dios, sin otra ley que la del Espíritu Santo que llevan en sus corazones.
Vamos a caminar hacia Dios, agarrados de un Hombre hermano nuestro, Jesucristo, que sabe muy bien la senda y que no nos suelta de su mano…
lunes, 1 de junio de 2009
Oración al Espíritu Santo
jueves, 2 de abril de 2009
miércoles, 24 de diciembre de 2008
¡Feliz navidad!
Si te sientes feliz en Navidad, no te extrañes. Tienes derecho y razón de ser feliz. Si en Navidad sientes deseos de hacer las paces con todo el mundo, hazlo sin dudar.
Los ángeles te lo indican: Paz a los hombres de buena voluntad. Si tienes deseos de hacer las paces con Dios en Navidad, ¿por qué esperar?
Es el momento más adecuado. No todos los días sientes los mismos deseos. Es mejor pedir perdón a un Niño que a un Hombre.
Mejor acudir al tribunal de la Misericordia que al de la Justicia. Si te sientes triste en Navidad, no has entendido.
¿Triste cuando Dios viene a tu encuentro lleno de amor y ternura? Si sigues odiando en Navidad, no has comprendido. Navidad es la fiesta del Amor, del Perdón, de la Paz, por si no lo sabías.
Si sigues siendo un pecador en este tiempo, la Navidad no existe para ti. La Navidad te invita a recuperar tu alma de niño, el niño inocente que fuiste alguna vez.
Al nacimiento de Jesús fueron invitados unos pastores, gente sencilla y buena. No fueron invitados los cortesanos de Herodes, ni los fariseos, ni los miembros del Sanedrín.
No fueron los grandes de este mundo, sino los pastores. Por humildes y sencillos, por ser dóciles al mensaje Divino.
Hoy siguen siendo invitados los humildes, los que aceptan a Dios y sus mandamientos, los sencillos, los pobres de espíritu.
Jesús es el patrón de los desamparados, de los sin techo, de los emigrantes, de todos los miserables, enfermos, hambrientos… Cristo nace como un gitano.
Para el Creador del mundo un establo de animales. No había lugar para Él en ninguna casa de Belén. Para enseñarnos que las cosas materiales no son la felicidad del hombre sino las celestiales. ¡Qué contraste tan brutal con ese afán nuestro de poseer más y más cosas!
Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos. “He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir”… Ojalá que esta Navidad, tú también puedas decir eso: He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir…
Porque de lo contrario, “aunque Cristo naciese mil veces en Belén, si no nace en ti, seguirás eternamente perdido”.
martes, 16 de diciembre de 2008
Entre todos preparemos el pesebre, es tiempo de compartir.
viernes, 12 de diciembre de 2008
Todos los días pueden ser Navidad
Y ese buen ambiente, esas buenas vibras parece que se continúan por varios días. Tal pareciera que hay algo mágico en esos días, como si Harry Potter hubiera hecho algún encantamiento: todos tratamos de estar de buen humor, tratamos de disculpar a los otros. Como que damos lo mejor de nosotros mismos y los otros también dan lo mejor de ellos mismos. Hasta nuestros jefes parece que nos dejan descansar un poco esos días y nos dejan de tirar mala onda y ni quien se acuerde de los exámenes reprobados, de las malas calificaciones o de los amigos “que ya sabes que no me caen nada bien”.
¿Has pensado que pasaría si la magia de esos días se prolongara durante todo el año? Yo creo que nuestra vida y nuestro mundo serían completamente distintos. Ahora que estamos tan afectados por todo lo que ha pasado en Nueva York con los actos terroristas, sería bueno pensar algo por mejorar el mundo, ¿no crees? Espera, no quiero que te vayas de Anti – global o que la hagas de kamikaze. No. Basta simple y sencillamente que nos decidamos a dar lo mejor de nosotros todos los días, a prolongar por todo el año el buenérrimo ambiente de la Navidad. Cierto que no es cosa fácil, pero lo podemos ir ensayando todos los días. No nos va a salir a la primera, pero lo bueno es que ya sabemos cómo hacerlo. Poner tu mejor cara, disculpar los errores de los demás, pedir las cosas por favor, tratar de no criticar a nadie. Bueno, para que seguir. Hay una lista enoooorme de cosas que sabemos muy bien que se pueden mejorar.
De ti depende que la magia continúe. Cierra los ojos. Imagina una Navidad eterna. ¿Te gustaría? Ahora... abre los ojos y ponte en marcha. ¡Sí se puede! ¡Sí se puede!
jueves, 4 de diciembre de 2008
Longanimidad: alarga el corazón para esta Navidad
Esta virtud nos sabe más a platillo de cocina o a tacos de la esquina, que a alimento espiritual. Sin embargo, la longanimidad es un fruto del Espíritu Santo que nos ayuda a vivir con grandeza y constancia de ánimo en medio de las dificultades cotidianas. Nos invita a tener un espíritu magnánimo y bondadoso aún a pesar de las tribulaciones.
Nosotros debemos suplicar constantemente a Dios: ¡danos un corazón grande para amar! Lejos del espíritu cristiano las almas mezquinas y apretadas.
Las dificultades económicas y sociales de este año seguramente han repercutido en nuestro entorno familiar, por ello la longanimidad nos ayuda a prepararnos para esta Navidad. A este respecto escribía san Pablo a los primeros cristianos: “más aún: nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza; y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (cf. Rm 5,5). Por ello, esta Navidad económicamente difícil, ensancha tu alma y no dejes de ayudar a alguna obra de caridad: un orfanato, un hospital, una asociación que lucha contra la discapacidad, etc. Acrecienta también su Navidad. Eso puede hacer la diferencia.
No es suficiente agigantar tu corazón sólo en una ocasión. La constancia forma la virtud. Los gimnastas para conseguir la elasticidad de sus brazos y piernas se entrenan día tras día. Hoy un poco, mañana un poco más, hasta lograr una extraordinaria flexibilidad. Por ello empiezan desde niños. Así también los adultos debemos aprender de nuestros niños que por naturaleza son de espíritu más grande que nosotros.
Los años pasan, el ceño se frunce, nos hacemos roñosos, se arruga la piel y se arruga el corazón. Así que para evitar los desgarres y calambres espirituales necesitamos ejercicios de maleabilidad para el alma.
Por ello, este Adviento incrementa la ayuda y el perdón en la familia. Márcale al hermano con quien estás peleado. Escríbele a tu padre si se encuentra lejos. No dejes de visitar al abuelo. Platica con tu hijo aunque sea un descarriado. Reconcíliate con Dios si lo has abandonado. No te sientes a comer el pavo si todavía hay alguno con quien no te hayas reconciliado.
En 1948 había un hombre llamado Giovanni, tenía varios hijos, era labrador y vivía en condición extrema de pobreza. Su única posesión era media vaca. ¿Media vaca? Sí, pues la tenía a medias con un dueño, del que era aparcero. Su aspiración, por necesidad vital, era ser dueño exclusivo de una vaca. En una carta del 19 de marzo del mismo año el hermano, que estaba al corriente de su situación, le mandó 50.000 liras para cubrir otra urgencia improrrogable y le comentó: “por lo que se refiere a la vaca, ya te dije una vez que no te preocupes. Yo me encargaré del asunto. No hace falta que te diga más, pues tú me sabes comprender”.
Angelino, que así le llamaban, cumplió con su hermano y el 7 de agosto de 1948 le mandó otra carta diciendo: “adjunto, para tu consuelo, un cheque por 150.000 liras, como precio de tu vaca, que antes poseías a medias. Este cheque ya está pagado. Es decir, ya no estás en deuda. Asumir yo toda esta carga me cuesta un poco, como te dije de palabra, pero la Providencia se ocupará de ti y de mí”.
Angelino, Angelo Roncalli, 10 años más tarde llegó a ser el Papa Juan XXIII. Un hombre, ya beatificado, al que todo el mundo recuerda como el “Papa bueno”. Toda su vida practicó la virtud de la longanimidad y Dios lo premió. Porque Dios bendice a las almas grandes y ama a las que dan con alegría.
domingo, 30 de noviembre de 2008
Comienza el Adviento - Oración a Nuestra Señora del Adviento, de los Brazos Vacíos
Señora del Adviento,Señora de los Brazos Vacíos,también nosotros estamos preñadosde esperanzas y sueños.Soñamos con que el canto de las avesno vuelva a ser turbado por el ruido de las balas.Soñamos con nuestros niños sin temores,cantando al fruto de tu vientre ya cercano.Soñamos con los niños hispanosdurmiendo tranquilos al arrullo de un villancico.Soñamos que nuestros viejos mueren tranquilos y en pazmurmurando una oración.
Soñamos con que algún díapodremos volver a tener sueños y utopías y esperanzas.
Señora del Adviento,la de los Brazos Vacíos,visítanos como a tu prima.Monta tu burrito y ven presurosa.Nuestros corazones son pesebres huecos y fríosdonde hace falta que nazca tu Hijo.Ven, Señora, con tus gritos de partoa calentar nuestros corazones,a seguir tejiendo esperanzas con nosotros,como lo hiciste con Isabel.Solo así, en medio de la nocheiluminada por tus brazos ahora llenosy por tus pechos que amamantan,podremos volver a soñar...podremos gritar ¡Es Navidad!
martes, 18 de noviembre de 2008
Benedicencia, la virtud ausente del diccionario
La palabra benedicencia es la gran ausente del diccionario. Si intentas escribirla en tu computadora en un documento de texto, inmediatamente te la corregirá cambiándola por beneficencia. Si insistes, te la subrayará en rojo como un error. Pero el verdadero error consiste en que existiendo el término que indica el vicio, maledicencia, no aparezca el vocablo que indica la virtud.
La benedicencia radica fundamentalmente en hablar bien de los demás. Sin embargo, no se limita sólo a eso. Por un lado, esta virtud nos invita a silenciar los errores y defectos del prójimo, por otra parte, nos estimula a ponderar sus cualidades y virtudes.
Jesucristo nos exhortó a la vivencia de esta virtud cuando dijo a sus discípulos: “amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen” (Lc 6,27-28). La enseñanza del cristianismo no consiste en no odiar, no maldecir, no dañar. Por el contrario, el Maestro nos invita a trabajar en positivo: Amad, bendecid, rogad.
Para vivir la benedicencia es necesario promover los comentarios positivos dentro de la familia. Varios de los conflictos dentro de la familia surgen de alguna palabra hiriente, de frases irónicas o comentarios negativos, etc. La influencia que recibimos de algunos medios de comunicación nos puede inducir a comportarnos de esta manera. Basta encender la televisión para ver cómo se insultan los miembros de distintos partidos políticos, cómo se exageran los errores y defectos de los demás. El 90% de las telenovelas nos muestran cómo surgen las intrigas familiares, en muchos casos debidas a la mentira, a la calumnia y a la difamación.
Se puede crear un ambiente muy positivo si al llegar de la escuela los hijos, en lugar de criticar a sus maestros del colegio, comentaran aquello que han aprendido ese día de ellos. Si la esposa recibe a su esposo, no con una queja por llegar tarde a comer, sino con un saludo cariñoso. Si el esposo al regresar de sus compromisos, comentase los proyectos que tiene en su trabajo y no los defectos que tienen su jefe o sus empleados. Hablar bien no significa mentir, no significa adular, comporta más bien reconocer las cualidades y virtudes de los demás.
Es importante silenciar los defectos de los demás. En algunos ambientes el chismorreo es la comidilla de todos los días. Esta es la influencia que recibimos diariamente gracias a las “revistas del corazón” y a ciertos programas televisivos que únicamente buscan ventilar las intimidades de los otros. El hombre que domina su lengua es un hombre perfecto, nos dice el apóstol Santiago. Al mismo tiempo, nos advierte que la lengua, aun siendo un miembro muy pequeño, puede ser fuego que incendie el ambiente o un veneno mortífero. Y termina diciendo que no podemos con la misma boca bendecir a Dios y maldecir a los hombres. (cf. St 3,1-12).
Si un día se quemó la cena o no estuvo a tiempo, podemos silenciar este defecto y agradecer a la persona que la preparó. Si mi hermano reprobó 2 materias en el colegio, no tengo por qué irlo pregonando a todo el mundo, más bien podría comentar las materias en las que le ha ido bien. Y si no tengo nada bueno que decir, lo mejor es callar. Silenciar los errores no significa hacerse de la “vista gorda”, más bien estipula que se comente algo sólo con quien puede poner solución al problema. No significa aprobar los errores y defectos: se busca más bien combatir el error, pero al mismo tiempo conservar la buena fama de quien lo comete.
En una ocasión un penitente se acusó de haber difamado a una persona. El sacerdote le pidió que antes de darle la absolución fuera al día siguiente con una almohada de plumas a la iglesia. Ese día subieron los dos al campanario y el sacerdote le pidió que destruyera la almohada. Al momento las plumas se esparcieron por toda la ciudad. El sacerdote le hizo ver que eso mismo sucedía con la maledicencia y la difamación, no se sabía hasta dónde podían llegar y no había manera de detenerlas o de resarcirlas. A partir de ese momento, después de la absolución, se comprometió a tratar de vivir todos los días la virtud de la benedicencia.
¡Vence el mal con el bien!
viernes, 14 de noviembre de 2008
La vida eterna ¿Qué es?
No nos encaminamos hacia nada más, se trata sólo de esto. Pero después Agustín dice también: pensándolo bien, no sabemos en absoluto lo que deseamos, lo que quisiéramos concretamente. Desconocemos del todo esta realidad; incluso en aquellos momentos en que nos parece tocarla con la mano no la alcanzamos realmente. “No sabemos pedir lo que nos conviene”, reconoce con una expresión San Pablo (Rom 8, 26). Lo único que sabemos es que no es esto. Sin embargo en este no saber sabemos que esta realidad tiene que existir. “Así , pues, una sabia ignorancia (docta ignorantia)”, escribe. No sabemos lo que queremos realmente; no conocemos esta “verdadera vida” y, sin embargo, sabemos que debe existir un algo que no conocemos y hacia el cual nos sentimos impulsados.
Pienso que Agustín describe en este pasaje, de modo muy preciso y siempre válido, la situación esencial del hombre, la situación de la que provienen todas sus contradicciones y sus esperanzas. De algún modo deseamos la vida misma, la verdadera, la que no se ve afectada ni siquiera por la muerte; pero, al mismo tiempo, no conocemos eso hacia lo que nos sentimos impulsados. No podemos dejar de tender a ello y, sin embargo, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar no es lo que deseamos. Esta “realidad” desconocida es la verdadera “esperanza” que nos empuja y, al mismo tiempo, su desconocimiento es la causa de todas las desesperaciones, así como también do todos los impulsos positivos y destructivos hacia el mundo auténtico y el auténtico hombre. La expresión “vida eterna” trata de dar un nombre a esta desconocida realidad conocida.
Es por necesidad una expresión insuficiente que genera confusión. En efecto, “eterno” suscita en nosotros la idea de lo interminable, y eso nos da miedo; “vida” nos hace pensar en la vida que conocemos, que amamos y que no queremos perder, pero que a la vez es con frecuencia más fatiga que satisfacción, de modo que, mientras por un lado la deseamos, por otro no la queremos. Podemos solamente tratar de salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento de sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo –el antes y después- ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez estamos desbordado simplemente por la alegría. En el Evangelio de Juan, Jesús lo expresa así: “Volveré a verlos y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría” (16, 22). Tenemos que pensar en esta línea si queremos entender el objetivo de la esperanza cristiana, qué es lo que esperamos de la fe, de nuestro ser con Cristo.